jueves, 6 de septiembre de 2012

Maria Blanchard


María Blanchard

María Blanchard impartiendo clases de pintura.
Composición cubista (1919).
Maternidad (1925).
María Gutiérrez Blanchard, pintora española, nacida en Santander (Cantabria) el 6 de marzo de 1881 y fallecida en París5 de abril de 1932.

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[editar]Biografía

María Blanchard nace el 6 de marzo de 1881 en el seno de una familia de la nueva burguesía montañesa, hija de Enrique Gutiérrez-Cueto, natural deCabezón de la Sal (Cantabria) y de Concepción Blanchard y Santiesteban, natural de Biarritz. La familia Gutiérrez-Cueto Blanchard, tenía ya dos hijas cuando nació María, Aurelia, y Carmen; años más tarde nacería su otra hija Ana.
De posición acomodada, se movía en un medio muy culto; no en vano su abuelo, Castor Gutiérrez de la Torre, fue el fundador de La Abeja montañesa y su padre de El Atlántico, prestigioso diario liberal que dirigió durante diez años pese a trabajar en la Junta de Obras del Puerto.
María viene al mundo marcada físicamente como consecuencia de la caída que sufre su madre embarazada al bajarse de un coche de caballos. Esta deformidad resultante de una cifoscoliosis con doble desviación de columna, condicionará desde su nacimiento su destino y la devoción por su trabajo.
Su enfermedad, hace que rehuyera obsesivamente, por lo que apenas existen fotografías de la artista. "Tan amante de la belleza, sufría con su deformidad hasta un grado impresionante", escribe su prima Josefina de la Serna. La pluma de Ramón Gómez de la Serna, nos deja su mejor descripción: "Menudita, con su pelo castaño despeinado en flotantes Abuelos, con su mirada de niña, mirada susurrante de pájaro con triste alegría". Algunas de sus palabras: "no tengo talento, lo que hago lo hago sólo con mucho trabajo" o "cambiaría toda mi obra... por un poco de belleza", reflejan su propia opinión sobre su físico y su obra.
El ambiente familiar, culto y refinado, habrá de influir decisivamente en su formación. Su padre le inculca el amor y el conocimiento del arte, cultivando desde su más temprana edad sus dotes para el dibujo y su extraordinaria sensibilidad.
Animada por los suyos emprende decididamente el camino del arte trasladándose en el año 1903 a Madrid donde comienza el desarrollo de su verdadera vocación. Sus primeros pasos vacilantes se dirigen al estudio de Emilio Sala, cuya precisión en el dibujo y exuberancia en el color influirán en sus primeras composiciones. En Madrid siente el rechazo de una sociedad cerrada.
Al año siguiente muere su padre, por lo que toda la familia decide trasladarse a Madrid, fijando su residencia en la calle Castelló nº7.
Estudió en el año 1906 con Álvarez de Sotomayor y empieza a exponer en Bellas Artes. Dos años más tarde concurre de nuevo, consiguiendo tercera medalla de pintura con la obra Los primeros pasos. Ese año entra en el taller de Manuel Benedito. La diputación de Santander y el Ayuntamiento de su ciudad natal le conceden unas becas que utilizaría para prosegir sus estudios en París y convertirse en la pintora que todos conocemos.

[editar]En París

  • Emprende el viaje a París, en el año 1909, poseedora ya de un oficio y una técnica, dispuesta a enfrentarse con todo lo que la ciudad significaba entonces de nuevo y revolucionario. Pero París esencialmente supone para la pintora la libertad; la libertad en el pleno sentido de la palabra. Acude a la academia Vitti a recibir las enseñanzas de Hermenegildo Anglada Camarasa y Van Dongen que orientan su trabajo hacia la libertad del color y la expresión, permitiéndole alejarse de las restricciones de la pintura académica en la que había iniciado su carrera. En la academia conoce y entabla estrecha amistad con Angelina Beloff, joven artista rusa, con la que en el verano de ese mismo año viaja a Londres y Bélgica, donde coincide con Diego Rivera. A la vuelta de su viaje, compartirá piso en la vivienda y estudio en el nº 3 de la Rue Bagneux con Angelina y Diego.
  • En el año 1910, acude a la academia de María Vassilief, pintora rusa, con la que acaba años más tarde compartiendo habitación. Allí conoce el nuevo estilo que se estaba fraguando, el cubismo, practicado precisamente por la directora de la academia. Se presenta a la exposición nacional de Bellas Artes con Ninfas encadenando a Sileno, obteniendo una segunda medalla, recompensa que llenará a María de satisfacción, puesto que significaba el reconocimiento a su talento. Al concluir su primera estancia en París, pasa una temporada en Granada, pero decide para regresar aParís solicitar otra beca a la Diputación y al Ayuntamiento de Santander intercediendo por ella Enrique Menéndez y Pelayo; la Diputación le concede 1.500 pesetas para dos años.
  • Vuelve allí en el año 1912 instalándose en el barrio de Montparnasse, en el Nº26 Rue du Départ compartiendo casa y estudio con Diego Rivera yAngelina Beloff. Esta segunda estancia parisina será decisiva, porque favoreció el contacto con el círculo de la vanguardia cubista, especialmente con Juan Gris y Lipchitz.
  • En el año 1915 Ramón Gómez de la Serna organiza en Madrid una exposición que titula Pintores íntegros. La exposición se abrió entre los días 5 y 15 de marzo en el salón de la calle del Carmen, denominado de "Arte Moderno" y suscitó todo tipo de comentarios sarcásticos, burlas, y protestas, no solo por parte del público sino incluso por parte de la crítica especializada del momento. Expone junto a Diego RiveraAgustín Choco y Luir Bagaría. Después, la pintora ejerce durante un tiempo como profesora de dibujo en Salamanca, pero recibe rechazo y humillación por parte de sus alumnos, por lo que decide instalarse definitivamente en París.

[editar]Vuelta definitiva de París

le parecio genial: Su pasión por el arte, el ambiente y sus amigos hacen que éste, su tercer viaje a París, sea definitivo. María Blanchard nunca más regresará a España. Ramón Gómez de la Serna es testigo de su regreso: "María vivía en estudios abandonados, a los que no habían vuelto los que desperdigó la guerra y comenzó a pintar pieles cubistas, pucheros, maquinillas de moler caféespecierosbotes, anatomía de las cosas, mezcladas a la anatomía de los seres... Yo la fui a visitar a un de aquellas casas de "otros" en las que las ropas colgadas en la desidia de no saber que iba a pasar estaban colgadas fuera de los armarios".
María expone en los siguientes años para importantes galeristas junto a Metzinger y Lipchitz.
La tragedia de la Primera Guerra Mundial hizo que los artistas volvieran su mirada hacia el arte clásico, como algo sólido, durable, imperecedero. Se trata en realidad de una vuelta al orden que se inicia en Italia, a través del grupo Valori Plastici, en Alemania a través de la nueva objetividad y en los demás países europeos, a través de aportaciones individuales. Al grupo de artistas que surge en Francia, se les denominó Los evadidos del cubismo (Tabarant) o los Tránsfugos del cubismo (Vauxcelles).
María Blanchard, al igual que los otros pintores cubistas, siguiendo esa tendencia expone en el Salón de los Independientes de París tres obras: Nature morteNature morte y L´Enfant au berceau, obras que ya figura como propiedad de Léonce Rosenberg, marchante de la artista, sin embargo será en este año, 1920, cuando rompen relaciones.
Expone en la colectiva Cubismo y Neocubismo organizada por la revista Seléction en Bruselas donde contacta con el grupo de marchantes denominado Ceux de Demain formado por Jean Delgouffre, Frank Flausch y Jean Grimar, quienes se ocuparán de su obra años más tarde y serán no solo sus marchantes sino amigos en cuyo entorno familiar se sentirá segura.
Presenta en el Salón de los Independientes de París en el año 1921 tres pinturas y dos dibujos. Sin duda una de las tituladas Figure o Intérieur, es la que conocemos como La Comulgante, obra que se considera iniciada en 1914 durante su estancia en Madrid, pero bien pudiera tratarse de una réplica, método de trabajo habitual de la artista. Con esta pintura, nombrada así en las cartas y escritos de Juan Gris y André Lhote, obtiene un gran éxito de crítica. Este último testigo directo de los hechos, lo reflejaba en el siguiente escrito: "La exposición de La Comuniante, constituye un suceso casi escandaloso, según frase de Maurice Raynal. No hay crítico de arte que no celebre en términos entusiastas esta revelación..."
Diego Rivera parte definitivamente para México, sumiendo a Angelina Beloff en una profunda depresión que la distancia de María.
Se instala en una pequeña casa, en el número 29 de la Rue Boulard, cercana a las viviendas de André Lhote y de la familia Riviére.
Gerardo Diego la conoce durante su estancia en París: " A mi me admiraba su clarividencia y su profundo sentido del arte y de la vida..." Se presenta de nuevo en el Salón de los Independientes de París en 1922 con dos obras La femme au chaudron y La femme au panier, obteniendo igualmente un gran éxito de crítica.
Expone veintiuna obras en la Galería Centaure de Bruselas entre los días 14 y 25 de abril de 1923, organizada por Ceux de Demain; la presentación del catálogo corre a cargo de su amigo y pintor André Lhote; las críticas no pueden ser más elogiosas, con lo que se le abre un importante mercado en Bélgica. Firma un duro contrato con su marchante Lheon Rosemberg, lo que le supone una cierta seguridad económica.
Expone por última vez en el Salón de los Independientes de París mostrando cuatro pinturas, Portrait , PortraitFemme assise y Le buveur.
Distanciada de Juan Gris desde hace unos años, su muerte le provoca un gran dolor, que se transforma en un abatimiento general y un grave estado depresivo. Busca consuelo en la religión apoyándose en el consejo del padre Alterman, al que conocía a través de amigos comunes. Es una etapa de misticismo, de entrega religiosa, que le mueve a pensar en entrar a un convento, algo de lo que es disuadida por el propio padre Alterman. A pesar de sus crisis religiosas personales, María sigue pintando incansablemente.
Su primo, Germán Cueto, escultor, se instala por iniciativa de la pintora en París junto a su esposa, la tapicera Dolores Velázquez y sus sus dos hijas pequeñas. Esta familia será un alivio para su soledad y María volcará en las pequeñas Ana y Mireya, a las que retrata en varias obras, todo su amor maternal. Vivía entonces en París otra prima, Julia a la que apodaban La Peruana. Logró así crear un cierto entorno familiar.
Expone de nuevo en la Galería Centauro de Bruselas, realizando un magnífico estudio de su obra el crítico Waldemar Georges.
María trabaja incansablemente, pese a encontrarse ya enferma, y en un estado de abandono físico tal y como nos describe Isabel Riviére: "Llevó durante años y años un vestido horrible de enormes cuadros amarillos y verdes del que no logramos que se deshiciera ni con las artimañas más sutiles ni con los ataques más directos... Cuando intentábamos insinuar, sin concederle mayor importancia, que verdaderamente el negro era lo que mejor le sentaba, contestaba con una sonrrisa suplicante y zalamera de niña a la que quisieran quitar un caramelo: "Me gusta tanto arreglarme".
Su hermana Carmen se traslada con su esposo Juan de Dios Egea, diplomático y con sus tres hijos pequeños a París en 1929, lo que constituye una pesada carga para María. Además, sus hermanas Ana y Aurelia pasan largas temporadas con ella. Esta sobrecarga familiar, aunque rodea de amor a la artista, le supone además un gran esfuerzo económico, que mella su ánimo y su salud.
María vive momentos de angustia. Agobiada económicamente, siente sobre sí el peso de la enfermedad y la sobrecarga familiar; sus hermanas, ajenas al drama que estaba viviendo, piensan incluso en enviarle a su madre, algo contra lo que se revela la artista: "...Tengo cuatro bocas que alimentar, yo enferma, son cinco, ¿Quieres más?..." María manda empeñar los objetos de plata de la familia que conservaba para hacer frente a la nueva situación familiar. A pesar de su estado de salud, viaja a Bruselas y posteriormente a Londres. Expone en la galería Vavin de París. PintaSan Tarcisio, de profundo y auténtico sentido religioso. El 26 de mayo de 1930Paul Claudel visita su estudio, quedando impactado por ese cuadro al que dedicará en 1931 una poesía.
Es seleccionada para participar en la muestra de arte francés que recorre varias ciudades de Brasil. Es seleccionada para la exposición de Pintores Montañeses que se celebra en el Ateneo de Santander y que abrirá sus puertas en el mes de agosto.
María se siente agotada física y psíquicamente. Gómez de la Serna relata este momento: " María, fuerte en su estatura contrahecha, ha minado su naturaleza, que cae enferma con una enfermedad de consunción que no hay quién pueda atajar. ´"Si vivo voy a pintar muchas flores", fueron sus útimas palabras de deseo artístico, pero el 5 de abril de 1932, cuando los trenes azules del Sur llegaban llenos de flores, murió la mas grande y enigmática pintora de España".
Su entierro , como su vida, no pudo ser más sencillo, siendo enterrada en el cementerio de Bagneux acompañándola en su último viaje, Francisco PompeyAndré LhoteCésar AbínAngelina BeloffIsabel Riviére y parte de su familia; junto a ellos un gran número de indigentes y vagabundos a los que la artista había auxiliado a lo largo de muchos años.
El artículo que aparece en L´Intransigeant, resume toda una vida: "La artista española, ha muerto anoche, después de una dolorosa enfermedad. El sitio que ocupaba en el arte contemporáneo era preponderante. Su arte, poderoso, hecho de misticismo y de un amor apasionado por la profesión, quedará como uno de los auténticos artistas y más significativos de nuestra época. Su vida de reclusa y enferma, había por otro lado contribuido a desarrollar y a agudizar singularmente una de las más bellas inteligencias de ese tiempo".

[editar]Cronología

  • 1881 - El día 6 de marzo nace en Santander, María Gutiérrez Blanchard.
  • 1891 - María Blanchard estudia dibujo y pintura con su padre.
  • 1893 - Catástrofe santanderina por la explosión del "Cabo Machichaco".
  • 1898 - Desastre colonial español.
  • 1899 - María Blanchard se traslada a Madrid para estudiar pintura.
  • 1903 - María Blanchard es discípula de Emilio Sala, Sotomayor y Benedito.
  • 1908 - María Blanchard obtiene tercera medalla en la Exposición Nacional por su cuadro "Los primeros pasos". Solicita de la Diputación de Santander una beca para estudiar en París. Veraneo en Ucieda.
  • 1909 - María Blanchard estudia en París con Hermen Anglada Camarasa.
  • 1910 - María Blanchard obtiene segunda medalla en la Exposición Nacional con su cuadro "Ninfas encadenando a Sileno".
  • 1913 - María Blanchard regresa a Madrid. Comparte con el pintor mexicano Diego Rivera un estudio en la calle de Goya. Veraneo en Cabezón de la Sal.
  • 1914 - María Blanchard conoce al lituano Jacques Lipchitz.
  • 1915 - María Blanchard participa en la Exposición de Pintores Íntegros que organiza en Madrid Ramón Gómez de la Serna; su cuadro "Venus de Madrid" produce escándalo entre los académicos. Viaje a Granada. Posible primera Composición cubista. Lipchitz le escribe desde París.
  • 1916 - María Blanchard reside unos meses en Salamanca como profesora de dibujo. Composiciones cubistas.
  • 1917 - María Blanchard vuelve a París. Bodegones cubistas.
  • 1918 - María Blanchard hace amistad con Juan Gris a través de Lipchitz. Amistad con Lhote.
  • 1919 - María Blanchard decide no volver a España.
  • 1920 - María Blanchard triunfa en el Salón de Independientes con su cuadro "Communiante".
  • 1921 - María Blanchard, La Fresnaye y Lhote inician el neocubismo.
  • 1922 - María Blanchard conoce a Gerardo Diego en casa de Juan Gris.
  • 1923 - María Blanchard expone en Bruselas (Ceux de Demain).
  • 1927 - Crisis religiosa de María Blanchard, de exacerbado catolicismo. Libro de Waldemar George.
  • 1931 - María Blanchard se siente enferma en su estudio de la rue Boulard 29. Paul Claudel le dedica el poema "Saint Tarsicius", desde Washington.
  • 1932 - El día 5 de abril muere María Blanchard en París.

[editar]Bibliografía

  • Condesa de Campo Alange (María Laffitte), María Blanchard, Madrid, Hauser y Menet, 1944.

[editar]Elegía a María Blanchard de Federico García Lorca

Yo no vengo aquí, ni como crítico ni como conocedor de la obra de María Blanchard, sino como amigo de una sombra. Amigo de una dulce sombra que no he visto nunca pero que me ha hablado a través de unas bocas y de unos paisajes por donde nunca fue nube, paso furtivo o animalito asustado en un rincón. Nadie de los que me conocen pueden sospechar esta amistad mía con María Gutiérrez Cueto, porque jamás hablé de ella, y aunque iba conociendo su vida a través de relatos originales, siempre volvía los ojos al otro lado, como distraído, y cantaba un poco porque no está bien que la gente sepa que un poeta es un hombre que está siempre ¡por todas las cosas! a punto de llorar.
¿Usted conocía a María Blanchard? Cuénteme...
Uno de los primeros cuadros que yo vi en la puerta de mi adolescencia, cuando sostenía ese dramático diálogo del bozo naciente con el espejo familiar, fue un cuadro de María. Cuatro bañistas y un fauno. La energía del color puesto con la espátula, la trabazón de las materias y el desenfado de la composición me hicieron pensar en una María alta, vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona.
Los muchachos llevan un carnet blanco, que no abren más que a la luz de la luna, donde apuntan los nombres de las mujeres que no conocen para llevarlas a una alcoba de musgos y caracoles iluminados, siempre en lo alto de las torres. Esto lo cuenta Wedekind muy bien y toda la gran poesía lunar de Juan Ramón está llena de estas mujeres que se asoman como locas a los balcones y dan a los muchachos que se acercan a ellas una bebida amarguísima de tuétano de cicuta.
Cuando yo saqué mi cuartilla para apuntar el nombre de María y el nombre de su caballo me dijeron: Es jorobada.
Quien ha vivido como yo y en aquella época en una ciudad tan bárbara bajo el punto de vista social como Granada, cree que las mujeres o son imposibles o son tontas. Un miedo frenético a lo sexual y un terror al "que dirán" convertían a las muchachas en autómatas paseantes, bajo las miradas de esas mamás fondonas que llevaban zapatos de hombre y unos pelitos en el lado de la barba.
Yo había pensado con la tierna imaginación adolescente que quizá María, como era artista, no se reiría de mí por tocar al piano 'latazos clásicos', o por intentar poemas, no se reiría, nada más, con esa risa repugnante que muchachas y muchachos y mamás y papás sucios tenían para la pureza y el asombro poético, hasta hace unos años, en la triste España del 98.
Pero María se cayó por la escalera y quedó con la espalda combada expuesta al chiste, expuesta al muñeco de papel colgado de un hilo, expuesta a los billetes de lotería.
¿Quién la empujó? Desde luego la empujaron; 'alguien', Dios, el demonio, alguien ansioso de contemplar a través de pobres vidrios de carne la perfección de un alma hermosa.
María Blanchard viene de una familia fantástica. El padre, un caballero montañés, la madre una señora refinada; de tanta fantasía que casi era prestidigitadora. Cuando anciana iban unos niños amigos míos a hacerle compañía y ella, tendida en su lecho, sacaba uvas, peras y gorriones de debajo de la almohada. No encontraba nunca las llaves y todos los días tenía que buscarlas y las hallaba en los sitos más raros, por debajo de las camas o dentro de la boca del perro. El padre montaba a caballo y casi siempre volvía sin él, porque el caballo se había dormido y le daba lástima el despertarlo.
Organizaba grandes cacerías sin escopetas y se le borraba con frecuencia el nombre de su mujer. En esta distracción y este dejar correr el agua, María Gutiérrez se iba volviendo cada vez más pequeña, una mano le tiraba de los pies y le iba hundiendo la cabeza en su cuerpo como un tubo de 'Don Nicanor que toca el tambor'.
En este tiempo que corresponde a la apoteosis final de Rubén, vi yo el único retrato de María que he visto, y era una criatura triste, no sé de quién, en la que está al lado de Diego Rivera el pintor mexicano, verdadera antítesis de María, artista sensual que ahora, mientras que ella sube al cielo, él pinta de oro y besa el ombligo terrible de Plutarco Elías Calles.
En la época en que María vive en Madrid y cobija en su casa a todo el mundo, a un ruso, y a un chino, a quien llame a la puerta, presa ya de este delicado delirio místico que ha coronado con camelias frías de Zurbarán su tránsito en París.
La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa, y virgen.
Aguantaba la lluvia de risa que causaba, sin querer, su cuerpo de bufón de ópera, y la risa que causaban sus primeras exposiciones, con la misma serenidad que aquel otro gran pintor, Barradas, muerto y ángel, a quien la gente rompía sus cuadros y él contestaba con un silencio recóndito de trébol o de criatura perseguida.
Aguantaba a sus amigos con capacidad de enfermera, al ruso que hablaba de coches de oro, o contaba esmeraldas sobre la nieve, o al gigantón Diego Rivera que creía que las personas y las cosas eran arañas que venían a comerlo, y arrojaba sus botas contra las bombillas y quebraba todos los días el espejo del lavabo.
Aguantaba a los demás y permanecía sola, sin comunicación humana, tan sola, que tuvo que buscar su patria invisible, donde corrieran sus heridas mezcladas con todo el mundo estilizado del dolor.
Y a medida que avanzaba el tiempo, su alma se iba purificando y sus actos adquiriendo mayor trascendencia y responsabilidad. Su pintura llevaba el mismo camino magistral, desde el cuadro famoso de La primera comunión hasta sus últimos niños y maternidades, pero atormentada por una moral superior daba sus cuadros por la mitad del precio que le ofrecían, y luego ella misma componía sus zapatos con una bella humildad.
La vida y pasión de Cristo fue tomando luz en su vida y, como el gran Falla, buscó en ella norma, dogma y consuelo. No con beatería, sino con obras, con grave dolor, con claridad, con inteligencia. Lo más español de María Blanchard es esta busca y captura de Cristo, Dios y varón realísimo; no al modo de la fantástica Catalina de Siena que se llega a casar con el niño Jesús y en vez de anillos se cambian corazones, sino de un modo seco, tierra pura y cal viva, sin el menor asomo de ángeles o milagro.
Su cintura monstruosa no ha recibido más caricia que la de ese brazo muerto y chorreando sangre fresca, recién desclavado de la cruz.
'Ese mismo brazo fue el que, lleno de amor, la empujó por la escalera para tenerla de novia y deleite suyo, y esa misma mano la ha socorrido en el terrible parto, en que la gran paloma de su alma apenas si podía salir por su boca sumida. No cuento esto para que meditéis su verdad o su mentira, pero los mitos crean al mundo, y el mar estaría sordo sin Neptuno y las olas deben la mitad de su gracia a la invención humana de la Venus.
Querida María Blanchard: dos puntos... dos puntos, un mundo, la almohada oscurísima donde descansa tu cabeza...
La lucha del ángel y el demonio estaba expresada de manera matemática en tu cuerpo.
Si los niños te vieran de espaldas exclamarían: "¡La bruja, ahí va la bruja!". Si un muchacho ve tu cabeza asomada sola en una de esas diminutas ventanas de Castilla exclamaría: "¡El hada, mirad el hada!". Bruja y hada, fuiste ejemplo respetable del llanto y claridad espiritual. Todos te elogian ahora, elogian tu obra los críticos y tu vida tus amigos. Yo quiero ser galante contigo en el doble sentido de hombre y de poeta, y quisiera decir en esta pequeña elegía, algo muy antiguo, algo, como la palabra 'serenata', aunque naturalmente sin ironía, ni esa frase que usan los falsos nuevos de 'estar de vuelta'. No. Con toda sinceridad. Te he llamado jorobada constantemente y no he dicho nada de tus hermosos ojos, que se llenaban de lágrimas, con el mismo ritmo que sube el mercurio por el termómetro, ni he hablado de tus manos magistrales.
Pero hablo de tu cabellera y la elogio, y digo aquí que tenías una mata de pelo tan generosa y tan bella que quería cubrir tu cuerpo, como la palmera cubrió al niño que tú amabas en la huida a Egipto. Porque eras jorobada, ¿y qué? Los hombres entienden poco las cosas y yo te digo, María Blanchard, como amigo de tu sombra, que tú tenías la mata de pelo más hermosa que ha habido en España.

TESIS - MUJERES Y VANGUARDIA

María Zambrano y Gregorio del Campo


Aprendiendo a ser María Zambrano

Las cerca de 70 cartas inéditas que escribió a su amado Gregorio del Campo revelan aspectos desconocidos de los años de formación de la filósofa malagueña

“Estoy verdaderamente desesperada: no recuerdo jamás haberlo estado tanto, se agitan desde ayer en mí tantas cosas que soy más que persona un torbellino”, le escribeMaría Zambrano a Gregorio del Campo el 30 de enero de 1924. En 37 días solo ha recibido dos cartas de su amado y está furiosa. “Te has equivocado de firme”, le dice poco después: “¡Yo soy lo que me da la gana ser!...”.
Felices y desgraciados. Cómplices a veces; otras, distantes. Hay momentos llenos de zalamerías y los hay cargados de reproches. “Setenta cartas y misivas, escritas en los años veinte del novecientos, que han esperado más de 80 años para hacerse públicas, justo cuando hace 20 de la muerte de su autora en 1991”, cuenta en su introducción María Fernanda Santiago Bolaños, responsable de la edición de estasCartas inéditas (A Gregorio del Campo), que publicará la próxima semana Linteo. Las habían conservado hasta ahora dos sobrinas del destinatario de las mismas, María Teresa y Gloria Villa del Campo. Muchas veces pensaron en entregárselas a María Zambrano, cuando esta ya había regresado de su largo exilio en 1984, pero no supieron o no consiguieron hacerlo. Ahora salen a la luz para dar noticia de unos años, los de la primera juventud de la pensadora, de los que poco se sabía.
En una de las cartas, la del 17 de febrero de 1925, María Zambrano protesta porque la mujer sea como “el hombre quiere que sea”. “¡Y qué pena, lo que habéis querido los hombres q. (sic) sean las mujeres, lo que os ha gustado en ellas!”, le dice a Gregorio del Campo, y le explica que lo único que les interesa es que la mujer sea “estatua de carne, más apreciada por carne que por estatua”. Contra todo esto se rebela la que con el tiempo llegaría a ser una de las filósofas más importantes del siglo XX, autora de libros de referencia como El hombre y lo divino oClaros del bosque. “¡Yo soy lo que me da la gana ser!...”: esa es la verdadera cuestión de la que se ocupa durante esos años. “Yo creo estar en una etapa de gestación”, le escribe, “algo nace en mí, o algo se transforma; y cómo hablar, cómo nombrar a lo q. aún no se conoce?”.
La relación entre ambos debió de tener lugar entre 1921 y 1928
En la introducción del libro, María Fernanda Santiago Bolaños reconstruye aquella temporada. La relación entre María Zambrano y Gregorio del Campo debió de tener lugar entre 1921 y 1928. Se conocieron en Segovia, donde vivía ella, y si se escribieron tanto fue porque muchas veces estuvieron separados. El muchacho, cuyas cartas no se conservan, era entonces un joven alférez de artillería que había empezado sus estudios para convertirse en ingeniero industrial en la Academia de Zaragoza. Alguna vez se lo llevan a pelear en África, y la correspondencia recoge la preocupación por lo que pueda pasarle si hay encontronazo con los moros.
El primer gran amor de María Zambrano fue, sin embargo, su primo Miguel Pizarro. Empezaron a tratarse cuando ella tenía 13 años, en 1917, y el padre de aquella adolescente enamoraduzca tuvo que intervenir para que las cosas no fueran demasiado lejos. Miguel se fue en 1921 a Japón y dejó desolada a su joven dama. En alguna de las cartas, María Zambrano le recuerda a Gregorio del Campo que, cuando se conocieron, ella andaba demasiado rota por una separación y que no quería saber nada de empezar una nueva historia. Si terminaron juntos fue porque él se empeñó. Tuvo éxito: el 5 de octubre (¿de 1923?), María Zambrano le dice que su cariño la ha hecho “más sencilla, más niña, menos complicada en todos mis afectos”.
Gregorio del Campo.
Aunque Miguel Pizarro regresó de Japón en 1925, no volvió a ver a su prima hasta tres años después. Fue entonces cuando ella debió romper con Gregorio. María Zambrano atravesaba un buen momento. Había terminado su licenciatura en 1926 y ya intervenía en distintos actos culturales y participaba en tertulias, y tenía una columna —titulada Mujeres— en El Liberal. En el terreno personal, en 1928 tuvo que guardar reposo por una tuberculosis y su padre, Blas Zambrano, autorizó la relación con su primo. Y, sin embargo, se separaron de nuevo hasta 1933, año en el que Miguel Pizarro anunció formalmente su compromiso con la filósofa. No llegaron nunca a casarse. Ella lo hizo con un compañero de las Misiones Pedagógicas, Alfonso Rodríguez Aldave, el 14 de septiembre de 1936. Él, un año después, con Gratiana Oniçiu.
Las cartas que dirigió a Gregorio del Campo no tienen desperdicio: recogen los desafíos e incertidumbres de una mujer que se está construyendo a sí misma, y están llenas de un amor directo y sincero. “Más te quiero tigre que gato mimoso”, le dice el 31 de enero de 1924, donde también apunta: “Quiéreme como lo que eres. Como un pedazo de granito duro. Como una roca desolada sin agua, ni vegetación: no te pido ternura, no te exijo nada”. Unos meses antes María Zambrano había tratado el episodio más trágico de su relación. El 12 de mayo se refirió al “volcán de sentimientos ardientes y exaltados que surgieron en mí al conocer todo el valor de mi desgracia”; el 19 de julio hizo una alusión “al pequeño”; en la carta que figura después de una fechada el 5 de octubre dice: “¿Recuerdas el año pasado? ¡Quién nos diría q. tan pronto íbamos a tener un nene!”; luego hay una carta al hijo muerto y, seguramente en enero, un pequeño y cariñoso reproche que resume todo su dolor: “El nene, pobrecico, ya se ha muerto, no sé por qué los días de sol me acuerdo más de él, ahora me muero yo, y ya te quedas tranquilo”.
“Tenemos que ser ambiciosos”, le dice Zambrano a Gregorio del Campo en otro momento. Y el 22 de abril de 1925 le escribe que “no estaría bien que una mujercita de tantas ambiciones tenga un marido dejado y holgazán”. Poco antes le ha dicho, refiriéndose a sí misma, que “nada hay q. pueda detener a una flecha cuando se dispara”, y le pide: “Si quieres permanecer cerca de mí, vivir conmigo, has de cultivar tu espíritu...”.
Gregorio del Campo no tuvo mucho tiempo para hacerlo. Unos años después de su ruptura con María Zambrano y poco antes de que ella se casara, fue asesinado el 6 de septiembre de 1936 después de que los que se rebelaron contra la República le aplicaran la Ley de Fuga. Lo detuvieron el 19 de julio por haber sido uno de los contados oficiales que no secundaron el golpe de Estado en el cuartel Palafox de Zaragoza.

María Zambrano. Cartas inéditas (a Gregorio del Campo). María Zambrano. Edición de María Fernanda Santiago Bolaños. Editorial Linteo. 290 páginas

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